Comenzamos un nuevo solsticio, entramos en la primavera y con ella os invito a una reflexión que os conduzca a un florecimiento del alma. En esta ocasión os voy a hablar de como transformar el egoísmo.
Cuando no somos honestos con nosotros mismos, no podemos respetar nuestra naturaleza, por lo que nos apoyamos en nuestra imagen para obtener una sensación de autoestima. Llegamos a sobreprotegernos tanto que sólo tomamos en consideración nuestros objetivos egoístas; no nos preocupa el que nuestras acciones dañen a otros. Nuestra perspectiva mengua y olvidamos la dignidad fundamental de todo ser humano. Perdemos el respeto a los demás y nos inunda un sentimiento de superioridad.
Este orgullo es, de hecho, un signo de nuestra falta de dignidad y confianza en nosotros mismos. Puesto que no somos capaces de aceptar nuestros defectos, alimentamos y proyectamos una imagen falsa; entonces nuestro orgullo nos conduce a una desconsideración y a un distanciamiento de los demás. Competimos contra aquellos que nos rodean en un intento por hacer que las cosas sean como creemos que deberían ser; señalamos los errores de los demás e ignoramos las virtudes. Pero nuestras comparaciones y juicios, más que demostrar nuestra valía, exponen nuestra falta de conocimiento propio y ensanchan el espacio que hay entre nosotros y nuestra humanidad. Mientras no estemos libres de debilidades, no estaremos en posición de criticar a los demás, ya que nosotros mismos cometemos errores continuamente, y por lo general son esos mismos que condenamos.
Todos tenemos defectos. Cuando somos conscientes de éstos, mantener una actitud de superioridad para con los demás se hace difícil. Al aprender a ser más honestos y admitir por voluntad propia nuestros errores, nuestro conocimiento y respeto aumentan. Este respeto vence nuestro temor a ser inadecuados y la necesidad casi compulsiva de actuar con superioridad.
Es posible incluso que nos permitamos fracasar y de esta manera aprovechemos la oportunidad que constituye el fracaso para aprender de nuestros errores.
Conforme nuestra consciencia de nosotros mismos aumenta nos conduce a una mayor consciencia de la naturaleza humana entonces, comenzamos a preocuparnos por el bienestar de los demás, y estos rasgos tan positivos de acercamiento y afecto generan una verdadera humildad.
La verdadera humildad no es fácil de obtener. En la mayoría de los niveles de la vida, la deshonestidad sutil, la competitividad y el egoísmo prevalecen, y hemos dejado de valorar el compartir con otros. Restringimos nuestro amor y preocupación, y reservamos nuestros sentimientos más alegres para nosotros mismos porque tememos compartirlos. Es posible que la alegría llegue con tan poca frecuencia a nuestra vida y que las necesidades de otros sean tan abrumadoras que sintamos que debemos guardarnos lo que podamos. Por consiguiente, no logramos alimentar las características del amor y el cariño, que en realidad mejorarían nuestras relaciones con los demás.
Cuando desarrollamos nuestros recursos interiores, cuando compartimos nuestro entusiasmo y alegría, los demás se ven inspirados a desarrollar sentimientos similares. Este hecho de compartir abiertamente con otros es una expresión de verdadera humildad. Para llegar a ser humilde es necesario mirarse a uno mismo con honestidad y llegar a detectar claramente nuestras virtudes y defectos. Si nuestra autoevaluación es honesta, respetaremos a quien en realidad somos, y esta profunda aceptación de nosotros mismos nos conduce a un entendimiento y respeto hacia los demás. Nos motiva a ayudar a otros con sus problemas y a apoyarlos en el aprovechamiento de sus capacidades. Vemos que todos compartimos metas similares, como la felicidad; todos estamos sujetos a problemas y dificultades parecidos.
Trasformar el egoísmo
Desarrollar una actitud humilde puede transformar nuestras tendencias egoístas en otras caracterizadas por el altruismo y la generosidad. Así podemos descubrir la belleza del dar y compartir. Si permitimos que un profundo cariño impregne todas nuestras acciones, veremos que el corazón humilde es el mayor de todos. El respeto y la preocupación que mostramos por los demás despierta en ellos una gratitud y calidez mutuas.
Puedes desarrollar tu consciencia, cariño y atención si observas con honestidad ya sea solo o relacionándose con otros. Un buen modo de empezar es examinar tus actitudes para con alguien que te desagrada. Advierte cada una de las características que te molestan. ¿Son acaso características que no te gustan de tí mismo?.
La próxima vez que veas a esta persona, fíjate en una de sus cualidades positivas y deja que surja y crezca en tu corazón un sentimiento bondadoso hacia esa persona. A partir de ese momento, cultiva este sentimiento, y no te dejes desequilibrar por ningún juicio negativo. Cuando hayan transcurrido algunas semanas o meses, verifica cómo es que tus sentimientos hacia esa persona han cambiado. Si continúas este proceso con todos aquellos que te disgustan, descubrirás que no hay una sola persona por la que no pudieras interesarse.
Compartir amor
Cuando invertimos cariño en otros, los sentimientos POSITIVOS crecen y los demás responden con su amor, y la riqueza de esta experiencia compartida mejora la calidad de vida por doquier. Nuestro cariño y alegría se fortalecen, y mejoramos la capacidad para profundizar y expandir nuestro interés real por los demás.
Cuando por fin nos acostumbramos a ofrecer apoyo, nuestras relaciones adquieren fuerza, y hacemos frente con gran habilidad a cualquier situación.
Esta clase de humildad es el tesoro más grande de la vida. Si reaccionamos unos a otros con cariño y amor, no habrá diferencias diferencias ni dificultades básicas entre las personas. Ya no dejaremos apresar, exhaustos, por todo tipo de conflictos, porque veremos que nuestras diferencias expresan nuestras cualidades únicas y éstas simplemente inspirarán una profunda apreciación de la naturaleza humana.
Una vez que hayamos experimentado la igualdad de los seres humanos, habremos alcanzado el éxito. Descubriremos entonces que participar con otros, compartiendo mutuamente el conocimiento y la experiencia con que contamos, tiene recompensas, que genera la sabiduría necesaria para satisfacer todas las necesidades, y para vivir en armonía con todos los seres humanos. Esta expresión, este descubrimiento de la verdadera humildad, constituye una de la comprensiones más valiosas que podemos alcanzar.